viernes, 11 de diciembre de 2009

EJEMPLO


Con 80 años se graduó de ingeniero químico
Alberto Nícoli había comenzado sus estudios en la década del ‘40, pero los abandonó para irse a trabajar a Buenos Aires. Creó una empresa exitosa, una familia y buenos amigos. Le quedaba una “deuda pendiente”, volvió y obtuvo su título. “Todo se puede lograr, sin importar la edad”, afirma.
Alberto Nícoli, 80 años, flamante graduado de ingeniería química, en el octógono de su facultad. “A los jóvenes les digo que todo se puede lograr, sin que la edad importe”, dice.
Luciano Andreychuk - landreychuk@ellitoral.com Dicen que lo último que envejece es el espíritu y Alberto Nícoli, flamante ingeniero químico, lo sabe y lo ha creído siempre en sus más íntimos pensamientos. A caballo de esa convicción, ha logrado lo que pocos: graduarse a los 80 años de edad. El hombre regresó a la Facultad de Ingeniería Química (FIQ) de la UNL para presentar el proyecto final de su carrera, y así recibirse. Fue congratulado con todos los honores. Como un ajedrecista cauto y paciente, Nícoli fue moviendo las piezas de su vida con la seguridad que dan la razón y los afectos duraderos. Había comenzado sus estudios en la década del ‘40, pero los abandonó para irse a trabajar a Buenos Aires. Allí se radicó y logró crear su propia empresa -Nisalco, dedicada al diseño y construcción de plantas para tratamiento de aguas, entre otros servicios.-. Formó una familia, hizo buenas amistades, viajó por el mundo y tuvo la suerte de conocer grandes hombres de la cultura latinoamericana. Vivió una vida feliz, que cualquier mortal estaría dispuesto a aceptar, pero le faltaba algo, un último movimiento en el tablero: su título de ingeniero químico. Y volvió a Santa Fe para eso. Ya jubilado, casado con hijos y nietos, asegura haber querido graduarse “porque era una vieja deuda personal”, pero no sólo por eso: a la facultad había ingresado en 1947, luego de haber terminado sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Simón de Iriondo. “Recuerdo con mucho cariño aquellas épocas. Santa Fe era una ciudad de grandes poetas y escritores. Había una actividad cultural muy floreciente. Con la carrera en el tramo final, en 1954 solicité realizar (como proyecto final) un trabajo sobre purificación por intercambio iónico de aguas glicerinosas obtenidas por hidrólisis de grasas y aceites. Así, me fui a Buenos Aires a trabajar de eso. Trabajé, trabajé mucho. Y empezamos a darle forma a una empresa propia”, cuenta el recién graduado. Gratitudes Nícoli se reclina en su asiento y rememora. Va y viene, llevado y traído por los recuerdos, por esa grata familiaridad que siente en las aulas, los laboratorios, el histórico octógono. Se sincera: “Yo volví a recibirme porque sentí que era un ingrato. Para trabajar no necesité exclusivamente el título, pero para mí obtenerlo fue pagar una deuda pendiente, una forma de agradecer a mucha gente de esta querida facultad que tanto me dio”. Pero hay otro motivo, más íntimo y sincero. “Veo que hay muchos muchachos jóvenes con ganas de crear emprendimientos, de hacer cosas buenas con esta profesión. Hay una incubadora de empresas, hay innovación. Debemos fomentar esto. Entonces, que yo me reciba es una forma de decirles a los más jóvenes: ‘Sigan adelante, no aflojen. Todo se puede lograr, sin importar la edad”. Su sinceridad le ilumina los ojos, es conmovedora.


“A mí, la facultad me dio confianza en mí mismo.


Eso era algo que se notaba mucho antes, y que hay que fomentar en las nuevas generaciones. Porque la confianza lleva a crear, a emprender. Mi mensaje para las nuevas generaciones de estudiantes y jóvenes ingenieros es que todo se puede lograr. Hay que jugarse, y también ser paciente, porque no siempre los resultados llegan en el corto plazo”, enseña. “Fui feliz, soy feliz. Si tuviese la oportunidad, elegiría la misma vida que llevé. Al margen de los afectos personales, una de las grandes satisfacciones que tuve fue formar la empresa, pero siempre pensada como un equipo. Y hoy, me honra volver a mi querida facultad para graduarme”, dijo Nícoli, y sólo le quedó una ultima frase por decir: “Mi vida está completa”.

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